Más de pistolas
FEISER Y EL PARQUE CASTILLA DE LINCE
Feiser fue un cuarteto peruano que, durante la década del ochenta, fue popular en los predios del rock que renacía en nuestro idioma. No recuerdo exactamente la primera vez que tuve contacto con ellos pero, lo que sí recuerdo muy bien, fue que desde ese preciso instante de nuestra relación laboral, disc jockey-músico, iniciamos una respetable amistad.
¡Qué diferencia! Cómo se ve que pasaron veinte años. (FOTO tomada de http://parquemariscalcastilla.blogspot.com/).
[EL NÚCLEO] Conformaban el grupo, Álamo Pérez-Luna en voz, Percy Gilardi en guitarra, Pepe Valderrama en bajo, y Andrés Rojas en batería. Su propuesta era simple. Podríamos decir que era una banda de garage, a pesar de que no se hubieran iniciado, precisamente, como la Apple o Google, en uno de ellos. Feiser nació en una quinta, que es como se le conoce, en el Perú, a los solares que reemplazaron a los callejones, donde, en un área común de terreno, habitan varias familias, cada cual en una vivienda independiente pero con un mismo acceso. Existe un bonito vals escrito por César y Victoria Santa Cruz, que define "Del Callejón a la Quinta".
Pepe Valderrama, al igual que dos de sus tres compañeros, vivía en el distrito de Lince, limítrofe con San Isidro, donde yo residía. Entre las dos comunidades, existía un parque llamado Mariscal Castilla, un área verde que podría ser la envidia de cualquier población en el mundo, siempre y cuando estuviera cuidada e iluminada, y fuera segura. En ese entonces, no lo era tanto, principalmente, si uno paseaba de noche. La cercanía que nos unía, hizo que un sinnúmero de veces nos reuniéramos después de las horas de trabajo, para conversar, compartir una Coca o, en su defecto, tomar algún brebaje. La casa de Pepe, después de todo, no quedaba tan lejos como para impedirnos caminar a medianoche, mientras nos bamboleábamos. Solo había que cruzar el frondoso parque y eso era todo.
[LA CRUZADA] Esa noche, me despedí con una idea fija: llegar a la casa a dormir. Tras la despedida, entre cigarrillos y el infinito último trago, enrrumbé hacia San Isidro. No tenía nada en las manos, solo mi cartera en el bolsillo con unos cuantos documentos y un par de intis, la moneda que descubrió Alan García, presidente del Perú.
Aunque sabía que cruzar el parque no era la opción más segura, lo hice a sabiendas de que nunca antes me había pasado nada. Ni a mí ni a ningún vecino que yo conociera. Olvidándome de hacer la señal de la cruz antes de estampar mi primera huella en el gramado, posé mi mirada a ambos lados y comencé el recorrido. El cruce me ahorraría caminar el doble, si es que hubiera decidido hacerlo por la ruta más recomendable: la acera. Al día siguiente había que trabajar y quería llegar lo más rápido posible a casa. Con Feiser solíamos hablar mucho del grupo, sus planes, el ambiente del rock nacional, y soñar, soñar mucho, como Bill Graham y Peter Grant. Mucha de nuestra labor, posiblemente, se originó en reuniones como la de esa noche que comenzaba a quedar atrás. Lo que no sabía era que, una mala acción, me alejaría de mi cama por varias horas más.
[LA PISTOLA] Esa noche de marzo de 1989, mientras ya había caminado más del cincuenta por ciento del parque, detrás de un arbusto, apareció una mano. Como en las películas, me pareció fantasía. Hasta que me dí cuenta que la mano llevaba un cuerpo y, el cuerpo, un arma de fuego. Mi concepción del hecho, me llevó a levantar automáticamente las manos, antes de dar el siguiente paso. Yo casi siempre fui honesto. El personaje, bien arropado, solo pidió dinero, "todo el dinero". Ese fue el primer problema que enfrenté, pues solo tenía uno o dos intis, billetes que, por la culpa de García Pérez, el Presidente, no valían nada. Para mayor información, presione aquí.
Aunque sabía que cruzar el parque no era la opción más segura, lo hice a sabiendas de que nunca antes me había pasado nada. Ni a mí ni a ningún vecino que yo conociera. Olvidándome de hacer la señal de la cruz antes de estampar mi primera huella en el gramado, posé mi mirada a ambos lados y comencé el recorrido. El cruce me ahorraría caminar el doble, si es que hubiera decidido hacerlo por la ruta más recomendable: la acera. Al día siguiente había que trabajar y quería llegar lo más rápido posible a casa. Con Feiser solíamos hablar mucho del grupo, sus planes, el ambiente del rock nacional, y soñar, soñar mucho, como Bill Graham y Peter Grant. Mucha de nuestra labor, posiblemente, se originó en reuniones como la de esa noche que comenzaba a quedar atrás. Lo que no sabía era que, una mala acción, me alejaría de mi cama por varias horas más.
[LA PISTOLA] Esa noche de marzo de 1989, mientras ya había caminado más del cincuenta por ciento del parque, detrás de un arbusto, apareció una mano. Como en las películas, me pareció fantasía. Hasta que me dí cuenta que la mano llevaba un cuerpo y, el cuerpo, un arma de fuego. Mi concepción del hecho, me llevó a levantar automáticamente las manos, antes de dar el siguiente paso. Yo casi siempre fui honesto. El personaje, bien arropado, solo pidió dinero, "todo el dinero". Ese fue el primer problema que enfrenté, pues solo tenía uno o dos intis, billetes que, por la culpa de García Pérez, el Presidente, no valían nada. Para mayor información, presione aquí.
Con la pistola delante, y sabe Dios a quién al frente, en la oscuridad de la noche, le entregué a ese sabediós mi cartera, tal cual, con documentos y todo. Acto seguido, le tocó el turno a la fina cadena de oro que me colgaba del cuello y también se la entregué. Era todo lo que tenía de valor a excepción de mi correa de cuero italiano, la que no estaba dispuesto a darle, a no ser que, explícitamente, me la pidiera. Eso podría servirle al malhechor para atarme a un árbol o colgarme de una rama. Y eso nunca, sobre todo, que aún no había visto a los Stones. Todo ello sucedió tan rápido que nunca me la pidió.
Feiser en Huaraz. Video de "Cambios".
[LA ORDEN] El energúmeno tomó la cadena y la billetera y, con su arma apuntando a mi corazón, que era una de las cosas de mayor valor que me quedaban, me pidió que siguiera mi travesía como si nada hubiera pasado. "Camina hacia ese poste y detente. De ahí no te muevas o te mato", me dijo muy parco el maldito. Lo peor del asunto era que, su actitud, no permitía ni siquiera realizarle un rápido análisis sicológico como para buscar una solución pacífica a la ecuación. No me quedó otra opción que seguir su manual de instrucciones, mientras sacaba, solapamente del bolsillo, el último Halls Mentho-Lyptus que me quedaba. Caminé la otra mitad del parque -supongo que con el arma siguiéndome-, y crucé la pista hasta topar con el poste. Me quedé parado a su lado, tal como lo ordenó el susodicho. Lo único que hice por decisión propia fue voltearme mirando hacia el parque.
[LA OSCURIDAD] De afuera hacia adentro, casi todo era oscuro. Solo se avisoraba la sombra tenue del abusivo, acaso apuntándome. Por la hora avanzada, no pululaba ni un alma. Hasta que vi la luz. Alguien se aproximó para usar el teléfono de la cabina que había en la intersección, a solo un par de metros de donde yo, solitariamente, me encontraba. Las cabinas de ese entonces eran de color naranja con base de fierro azul. Y para que el aparato funcionara, había que ponerle lo que se llamaba "un rin". El muchacho que se acercó, que parecía demasiado amigable, saludó asintiendo la cabeza. Aproveché para lanzarle un discreto pedido de ayuda. Desde mi estratégico punto, la sombra del abusivo ya no se avisoraba. El muchacho me propuso volver a ingresar al recinto, bien claro, "para ver si aunque sea, ha dejado tus documentos regados por alguna parte". Y lo hice. Bueno, lo hicimos. Tras una rápida barrida al lugar, obviamente, no encontramos nada. Solo a un policía, que ingresaba caminando al parque a esa hora de la noche. Tras saludarlo, utilicé mi experiencia en la radio para explicarle claramente lo que me estaba sucediendo. El oficial, de inmediato, me ofreció su ayuda.
[A LA REJA] Lo importante no era el inti o los documentos que se había llevado el desgraciado, sino el hecho. Para su mala suerte, y mientras conversaba con el oficial, lo volví a ver. El sujeto había vuelto al parque, sabe Dios si para asaltar a otra víctima o qué, pero había regresado. Cuando le dije al oficial que ahí se encontraba, tuve que agregar que además andaba armado con una pistola de color plateado. Era todo lo que recordaba. El oficial, antes de perseguir a la presa, me pidió que lo siguiera para confirmarle que era el malhechor. Yo sabía que era él, incluso, con la misma chaqueta de jean. El muchacho que me había acompañado con el afán de encontrar mis documentos, se retiró sin mucho aspaviento. Para hacer la historia corta, el agente atrapó al ladrón. El ladrón se negó a reconocerme. Afirmó que él recién llegaba y estaba camino a su casa. Yo, enfurecido como un pichín, permanecí en mi acusación. Finalmente, el guardia le descubrió mi billetera en uno de sus bolsillos y, como si no fuera suficiente, le encontró el revólver ahí donde yo nunca hubiera metido la mano. Luego, solito devolvió la cadena. El agente le colocó las esposas y, juntos, lo llevamos a la estación policial.
Llegué a mi casa después de las cinco de la mañana muy seguro de que nunca más volvería a pisar ese parque de noche, aunque sí, la casa del bajista Valderrama. Luego imaginé porqué Feiser habría escrito aquella canción, "Calles grises", que fue la que nos hizo amigos.
Actualmente, el renovado bosque se llama Gran Parque Mariscal Castilla y tiene biblioteca, anfiteatros, un complejo deportivo equipado con gras sintético, una laguna artificial de 3,800 metros cúbicos de capacidad -con cascada-, donde los enamorados y las familias, por cuatro soles (la moneda del Perú), pueden pasear en pequeñas embarcaciones (botes pedalones, les llaman). Y hasta tiene una galería al paso donde los artistas pueden mostrar y ofrecer sus obras a los nuevos caminantes. "Es un refugio adecuado para desconectarse, aunque sea por un instante, de los rigores de la vida diaria", escribe Yura Izquierdo, del Taller de Periodismo de la Universidad San Martin de Porres. Qué agradable es oír eso, aunque sea después de dos décadas.
Javier Lishner
Santa Clara, California
7 de marzo de 2007
NOTA RELACIONADA:
- FEISER: Partiendo de calles grises
4 comments:
Interesante historia, pero solo como comentario yo he vivido por mas de 25 años en Lince y paseado por ese parque por mas de mil veces....sin ningún percance. Bueno en el siguiente LINK está el contrato (original) de FEISER con el Virrey firmado por el suscrito como representante legal, detalle que Alamo siemrpe obvio no entiendo porque....en fin para la historia del Grupo Feiser y para Luis Contreras Velásquez nunca hubieran hecho historia sin mi apoyo.
Me olvidaba Javier creo que te comenté la existencia del contrato, como anecdota estaba en un maletín tipo James Bond que habiamos perdido la llave en casa de mis padres. La curiosidad por saber que habia adentro nos hizo romper el maletin y la sorpresa fué el contrato original de Feiser con El Virrey....saludos.!!
Hola Luis:
Bueno, yo conozco el parque desde hace 45 años y durante el tiempo que viví allá vi de todo. Pero los tiempos cambian y ahora se le ve muy bien arreglado y (espero) con buena iluminación, que hace veinte o más años era muy tenue.
En cuanto al contrato, yo tampoco entiendo porque Alamo debería haber ignorado tu nombre. Como creo que te comenté alguna vez en otro post, yo siempre escuché tu nombre de boca de los cuatro integrantes. No recuerdo si específicamente sobre el contrato en cuestión, pero siempre se refirieron al "Cuy de una manera agradable.
Con respecto a lo de "nunca hubieran hecho historia sin mi apoyo", es otro punto que podríamos tocar en algún otro momento.
Un abrazo,
JL
Luis:
Visité tus dos muestras fotográficas pero no encontré la copia del contrato. Y en el mensaje que enviaste no había ningún enlace o link. En fin.
Pero qué bien que lo encontraste.
Saludos,
JL
Post a Comment