The Wall Live
Roger Waters
El pasado 8 de diciembre, se conmemoraron los primeros treinta años de la partida de John Lennon. Y ese día, por esas cosas que tiene el rock, nos tocó recordarlo al lado de unas 20,000 personas. Todos, aguardando la aparición de Roger Waters en el escenario del HP Pavilion de San Jose, California. Entonces, "Mother", en la voz del difunto cantante, nos hizo paralizar la garganta. Sin embargo, el público, que continuaba llegando al moderno coliseo, cantó con él varias estrofas. Pero ese no sería el único homenaje al tan afamado artista.
Más tarde, empezado The Wall Live 2010, Waters, el prolífico músico, cantante y compositor inglés, le haría una especial mención en medio de su espectáculo.
Javier Moreno, peruano, musicólogo y coleccionista de historias y anécdotas, estuvo allí para contarlo. A su lado, un servidor quedaba asombrado de tan brillante puesta en escena. A continuación, la pluma de mi tocayo.
WHAT SHALL WE DO NOW?
San Jose, California, 8 de diciembre del 2010
México DF, México, 21 de diciembre del 2010
San Jose, California, 8 de diciembre del 2010
México DF, México, 21 de diciembre del 2010
Cuenta la leyenda que, en un concierto de Pink Floyd durante la gira mundial de su macabro Animals, Roger Waters, para entonces ya amo y señor del grupo, sentía que ya no soportaba a su audiencia. La detestaba tanto...
A Roger le reventaba matarse componiendo canciones acerca de la sombría realidad de occidente y compararla de una forma musicalmente orwelliana, sólo para ver que los chicos de la primera fila estén gritando incoherencias en pleno vuelo marihuanero. Antes, las presentaciones de Pink Floyd eran más reducidas e íntimas, en clubes nocturnos y lugares de mediana capacidad –hablo de los de la era de Syd Barrett hasta incluso los conciertos del Dark Side of The Moon-, y la idea de tocar en estadios aún no les había llegado. Moon y el super-disco Wish You Were Here les dieron el bien merecido estatus stadium.
La del Animals fue una gira desastrosa. Waters varias veces tuvo que cantar y tocar el bajo enfermo, y fue en aquel concierto que mencioné en el primer párrafo, en un momento de hastío y arrebato, al ver a un chico de la primera fila gritarle en la cara quién sabe qué cosa, Waters no pudo evitar lanzarle un escupitajo cual auquénido progresivo.
Quién sabe qué habrá sido de la vida de ese chico fanático. Quizás le gritó “¡Waters, eres un genio!” o “¡estoy volando!” Es lo de menos. Sabemos que Waters, después de ese incidente, se sintió pésimo: en vez de encontrar una catarsis mandando a la mierda a ese mocoso, se sumergió en una profunda depresión. Notó que entre la banda y la audiencia había una especie de barrera, una especie de muralla que impedía la comunicación. Él cantaba canciones de desolación, de amor no correspondido, de cartas no contestadas, y el público cada vez quería más luces y efectos de sonido sorprendentes, aviones estrellándose en el escenario, cerdos volando.
Como con cualquier gran artista, la depresión dio paso a la creatividad. Esta vez, la idea de una pared siguió dando vueltas en el cacumen de Waters: una pared dividiendo a la audiencia y a la banda... cada canción es como un ladrillo, y qué espectacular sería que el concierto acabe con la pared construida, como gran final, y la banda tocando sobre ella como gatos techeros. Pero Waters, como buen introspectivo que es, se percató que la pared tenía que ser derrumbada como analogía de una verdadera catarsis. Imagino que Roger debe haberse puesto a escribir su obra con el corazón saliéndose del pecho. Mientras construía su pared musical, Waters construía otra: una separándolo a él del resto de Pink Floyd
Obviamente, ninguno de los otros tres miembros de Floyd, el baterista Nick Mason, el guitarrista David Gilmour y el tecladista Richard Wright estaban a la altura del nivel creativo que Roger Waters tenía (esto según el propio Waters. El tiempo se aseguró de darle la razón a Waters, pero hablaré de esto luego).
La del Animals fue una gira desastrosa. Waters varias veces tuvo que cantar y tocar el bajo enfermo, y fue en aquel concierto que mencioné en el primer párrafo, en un momento de hastío y arrebato, al ver a un chico de la primera fila gritarle en la cara quién sabe qué cosa, Waters no pudo evitar lanzarle un escupitajo cual auquénido progresivo.
Quién sabe qué habrá sido de la vida de ese chico fanático. Quizás le gritó “¡Waters, eres un genio!” o “¡estoy volando!” Es lo de menos. Sabemos que Waters, después de ese incidente, se sintió pésimo: en vez de encontrar una catarsis mandando a la mierda a ese mocoso, se sumergió en una profunda depresión. Notó que entre la banda y la audiencia había una especie de barrera, una especie de muralla que impedía la comunicación. Él cantaba canciones de desolación, de amor no correspondido, de cartas no contestadas, y el público cada vez quería más luces y efectos de sonido sorprendentes, aviones estrellándose en el escenario, cerdos volando.
Como con cualquier gran artista, la depresión dio paso a la creatividad. Esta vez, la idea de una pared siguió dando vueltas en el cacumen de Waters: una pared dividiendo a la audiencia y a la banda... cada canción es como un ladrillo, y qué espectacular sería que el concierto acabe con la pared construida, como gran final, y la banda tocando sobre ella como gatos techeros. Pero Waters, como buen introspectivo que es, se percató que la pared tenía que ser derrumbada como analogía de una verdadera catarsis. Imagino que Roger debe haberse puesto a escribir su obra con el corazón saliéndose del pecho. Mientras construía su pared musical, Waters construía otra: una separándolo a él del resto de Pink Floyd
Obviamente, ninguno de los otros tres miembros de Floyd, el baterista Nick Mason, el guitarrista David Gilmour y el tecladista Richard Wright estaban a la altura del nivel creativo que Roger Waters tenía (esto según el propio Waters. El tiempo se aseguró de darle la razón a Waters, pero hablaré de esto luego).
"Quítenme las cámaras, que os parto la madre".
Al salir The Wall, el álbum más vendido de los setentas, Pink Floyd ya no era una banda de cuatro integrantes con la misma influencia y capacidad creadora: era Waters y una tropa de músicos de apoyo, entre los que se encontraban los demás miembros de Floyd, esparcidos por aquí y allá. El mismo Roger Waters se encargó de despedir oficialmente a Richard Wright, pero éste último participó, sin problema alguno, en la gira The Wall como músico asalariado (esto a la larga le salió más conveniente puesto que la gira arrojó pérdidas que tuvieron que ser absorbidas por los miembros activos de Floyd. Wright en verdad no perdió una sola libra esterlina). Cuatro ciudades y muchas fechas: Londres, Los Ángeles, Nueva York y Dormund. Una pared inmensa que se iba construyendo y se iba derrumbando en cada actuación. Waters se saturó con su egolatría y, cual arrogancia extrema, decidió continuar el tema de The Wall en un disco llamado The Final Cut, en donde oficialmente Richard Wright estaba fuera del bote y Waters componía absolutamente todo. Gilmour y Mason simplemente lo seguían y miraban de lejos. Al finalizar el disco, Waters anuncia que Pink Floyd ya no va más y se iba del grupo. Los otros dos decidieron seguir con la banda y se inició uno de los conflictos más vergonzosos de la historia. Digo vergonzoso porque ninguna de las dos partes quería ceder: Waters por un lado, impidiendo que Gilmour tome las riendas del grupo usando el catálogo de canciones compuestas por el mismo Waters, y Gilmour por el otro, pisando el palito de Waters y hablando pestes de él cada vez que podía. Al final, Gilmour y Mason ganaron el juicio a Waters y pudieron seguir como Pink Floyd, reclutando a Wright de vuelta.
Como vemos, Roger Waters había construido una pared mucho, muchísimo, más grande que la que había planeado. Esta vez la pared se había vuelto parte intrínseca de su propia vida. Pero los vientos de cambio no se hicieron esperar: en 1989, un muro mucho más dañino, el de Berlín, se derrumbó y Waters aprovechó la oportunidad para presentar, al año siguiente, su obra en dicha ciudad, con invitados como Cyndi Lauper, Ute Lemper, Paul Carrack, Thomas Dolby y Sinead O'Connor. Waters, magno y pedante, seguía siendo la versión real de aquel músico descrito por él mismo en The Wall e interpretado por el músico Bob Gedlof en la película de Alan Parker sobre el mismo disco, una excelente película musical que fue malentendida en su momento.
La pared seguía creciendo hasta que, el año 2005, Gedlof, quien era además de músico el organizador de Live Aid, contacta a Roger Waters y a David Gilmour y les pide reunirse para una nueva versión de su festival anti-pobreza, Live 8. Waters, increíblemente, aceptó. Gilmour al principio se mostró reticente pero de todas maneras sabía que tenía que hacer algo grandioso, trascendental, para ayudar a eliminar la pobreza en el mundo. Qué sacrificio más grande que el de perdonar a su enemigo. Esa fue la primera grieta en la pared.
Pues bien, en el 2010 llegó el momento de derrumbarla. Roger Waters recreó y repotenció el show de 1980 y salió a por el mundo para volver a contar la historia de Pink, el músico cuyos traumas crean una pared entre él y los demás. Una obra personal, magna, pomposa como lo mejor del rock de los setentas, The Wall fue exactamente lo que el público de ahora, 2010, necesitaba: un evento multimedia en el cual la pared se torna nuestra pantalla de computador, nuestro teléfono móvil. No hay mayor diferencia en la temática de la obra de 1979 con la del show del 2010… bueno, ahora en vez de "trece canales de mierda de donde elegir" tenemos trescientos. Pero la idea es la misma: nos hemos encerrado tras una pared de miedo, de jarabe de maíz, de noticias malas y comerciales para comprar productos y servicios que no duran más de tres meses. Cada uno de esos ladrillos es presentado con la espectacularidad que ya es insignia de Roger Waters y, claro, de Pink Floyd. El bajista no pudo haber escogido un mejor momento para derrumbar su pared personal que ahora, en que el mundo está “igual de peor que siempre”. Waters, con su pared, intenta imitar a la Guernica de Pablo Picasso, con majestuosidad, dramatismo, sufrimiento, indiferencia, colores, las tradicionales letras pintarrajeadas y, claro, con la constante escala en re menor de tres notas que perfila toda la obra, aquella de we don't need no education... Dichas tres notas están muy arraigadas en la psique de Waters: ya las había presentado en 1968 en su “Set The Controls For The Heart Of The Sun”.
“Comfortably Numb”, la mejor canción de Pink Floyd y el mejor momento del show, está basada en una experiencia de Waters durante la gira del Animals. Aún con hepatitis, tuvo que salir a tocar para satisfacer a la manga de ignorantes de la primera fila, gracias a una inyección que supuestamente "haría magia" en su organismo. Waters, en The Wall, pareciera que desnudara su propia alma pero en verdad lo hace con la de todos: ¿Quién no ha gritado alguna vez “don't leave me now"? ¿Quién no ha sentido cólera ante la sociedad de consumo? Es más, ¿quién, de una forma u otra, no se ha sentido inconforme con la realidad actual en general y la suya propia?
Roger Waters dijo, al finalizar su concierto, que cuando escribió estas canciones él era un "sujeto miserable" y que mucha, muchísima agua había pasado por el río. Esta vez, concluyó, se sentía bien consigo mismo y con su público. No hubo escupitajos por parte de él, ni críos que gritaban sin saber qué estaban escuchando y viendo. A Waters le creí no por sus palabras sino por sus actos: recordar a los caídos en las últimas guerras, de todos los bandos posibles; afirmar que la paz es un deber y un derecho; haber limado asperezas y enterrado el hacha con sus ex compañeros de Pink Floyd antes de la muerte de Wright. Esa fue la verdadera base del show de Roger Waters y su equipo multimedia: la autoridad musical y moral de decirle al mundo que es hora de derrumbar paredes, porque la suya ya lo estaba.
Gracias Javier. Que tengas un próspero y muy musical año 2011.
Javier Lishner
Santa Clara, California
29 de diciembre de 2010
Como vemos, Roger Waters había construido una pared mucho, muchísimo, más grande que la que había planeado. Esta vez la pared se había vuelto parte intrínseca de su propia vida. Pero los vientos de cambio no se hicieron esperar: en 1989, un muro mucho más dañino, el de Berlín, se derrumbó y Waters aprovechó la oportunidad para presentar, al año siguiente, su obra en dicha ciudad, con invitados como Cyndi Lauper, Ute Lemper, Paul Carrack, Thomas Dolby y Sinead O'Connor. Waters, magno y pedante, seguía siendo la versión real de aquel músico descrito por él mismo en The Wall e interpretado por el músico Bob Gedlof en la película de Alan Parker sobre el mismo disco, una excelente película musical que fue malentendida en su momento.
La pared seguía creciendo hasta que, el año 2005, Gedlof, quien era además de músico el organizador de Live Aid, contacta a Roger Waters y a David Gilmour y les pide reunirse para una nueva versión de su festival anti-pobreza, Live 8. Waters, increíblemente, aceptó. Gilmour al principio se mostró reticente pero de todas maneras sabía que tenía que hacer algo grandioso, trascendental, para ayudar a eliminar la pobreza en el mundo. Qué sacrificio más grande que el de perdonar a su enemigo. Esa fue la primera grieta en la pared.
Pues bien, en el 2010 llegó el momento de derrumbarla. Roger Waters recreó y repotenció el show de 1980 y salió a por el mundo para volver a contar la historia de Pink, el músico cuyos traumas crean una pared entre él y los demás. Una obra personal, magna, pomposa como lo mejor del rock de los setentas, The Wall fue exactamente lo que el público de ahora, 2010, necesitaba: un evento multimedia en el cual la pared se torna nuestra pantalla de computador, nuestro teléfono móvil. No hay mayor diferencia en la temática de la obra de 1979 con la del show del 2010… bueno, ahora en vez de "trece canales de mierda de donde elegir" tenemos trescientos. Pero la idea es la misma: nos hemos encerrado tras una pared de miedo, de jarabe de maíz, de noticias malas y comerciales para comprar productos y servicios que no duran más de tres meses. Cada uno de esos ladrillos es presentado con la espectacularidad que ya es insignia de Roger Waters y, claro, de Pink Floyd. El bajista no pudo haber escogido un mejor momento para derrumbar su pared personal que ahora, en que el mundo está “igual de peor que siempre”. Waters, con su pared, intenta imitar a la Guernica de Pablo Picasso, con majestuosidad, dramatismo, sufrimiento, indiferencia, colores, las tradicionales letras pintarrajeadas y, claro, con la constante escala en re menor de tres notas que perfila toda la obra, aquella de we don't need no education... Dichas tres notas están muy arraigadas en la psique de Waters: ya las había presentado en 1968 en su “Set The Controls For The Heart Of The Sun”.
“Comfortably Numb”, la mejor canción de Pink Floyd y el mejor momento del show, está basada en una experiencia de Waters durante la gira del Animals. Aún con hepatitis, tuvo que salir a tocar para satisfacer a la manga de ignorantes de la primera fila, gracias a una inyección que supuestamente "haría magia" en su organismo. Waters, en The Wall, pareciera que desnudara su propia alma pero en verdad lo hace con la de todos: ¿Quién no ha gritado alguna vez “don't leave me now"? ¿Quién no ha sentido cólera ante la sociedad de consumo? Es más, ¿quién, de una forma u otra, no se ha sentido inconforme con la realidad actual en general y la suya propia?
Roger Waters dijo, al finalizar su concierto, que cuando escribió estas canciones él era un "sujeto miserable" y que mucha, muchísima agua había pasado por el río. Esta vez, concluyó, se sentía bien consigo mismo y con su público. No hubo escupitajos por parte de él, ni críos que gritaban sin saber qué estaban escuchando y viendo. A Waters le creí no por sus palabras sino por sus actos: recordar a los caídos en las últimas guerras, de todos los bandos posibles; afirmar que la paz es un deber y un derecho; haber limado asperezas y enterrado el hacha con sus ex compañeros de Pink Floyd antes de la muerte de Wright. Esa fue la verdadera base del show de Roger Waters y su equipo multimedia: la autoridad musical y moral de decirle al mundo que es hora de derrumbar paredes, porque la suya ya lo estaba.
Gracias Javier. Que tengas un próspero y muy musical año 2011.
Javier Lishner
Santa Clara, California
29 de diciembre de 2010
6 comments:
¡Igualmente, Javier! ¿Qué buen show, verdad? Feliz año nuevo!!!
Interesante artículo!!! :)
Rossana
Hola, Javier!, excelente artículo..como para acabar bien este año que ya se va..jaja..bueno, Javier, no me queda más que decirte que pases un feliz año y que el año que viene sea mucho mejor que los años anteriores para tus metas.Cuidate. Un abrazo. Feliz año 2011!!!..Chaufas.
Gracias Javier. Por la nota y por la entrada para estar en el show.
Ya habrá motivo para estar juntos en otros grandes momentos del rock!
Felicidades.
JL
Gracias Rossana:
Un feliz 2011 para ti y los tuyos. Todo lo mejor para este nuevo año.
Feliz 2011!
JL
Mi estimado Manuel:
Un fuerte abrazo por el fin del año y otro para recibir el nuevo.
Que todo sea felicidad en el 2011, y que sigamos comunicándonos.
JL
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